Con la rienda apretada en su mano izquierda y la derecha sobre la cabeza de la silla de montar, el niño afianza sus rodillas sobre el cuero tieso de los faldones y, como sus piernas cortas no le alcanzan para meter los botines en los estribos, no le queda más opción que apoyar los pies en los correajes. Va montado sobre Panela, una veterana yegua mora de la que emana el mejor aroma jamás aspirado por él a lo largo de sus cinco años de vida.