RODRÍGUEZ TOLEDO, YOLANDA FELICITA
El día que nací, todas las hormigas se escondieron en los huecos. Alguien dijo candela, y ellas, pensando en el peligro del tal fuego y porque no sabían que lo anunciado tenía que ver conmigo, no volvieron a asomar las narices en largo rato. Esta ciudad es un gran disparate, y lo digo porque uno se siente como en la mano de un duende que vigila y adivina nuestros deseos. Hambre, decir, y comienzan a aparecer las fuentes salpicadas de aliños como bocas grandes que se maquillan con la salsa de tomate. Sed, pensar, mientras llegan los toneles de vino rodando y hacen su chin-chin las jarras de cerveza. Sueño, pestañear y amanecer en casa, bajo las sábanas con olores nuevos y profundos, tan opacos como el recuerdo que no logra salvarnos de alguna aventura en la que seguimos pensando.