TEORIAS DE LA LECTURA. LIBROS, CUERPOS Y BIBLIOMAN

TEORIAS DE LA LECTURA. LIBROS, CUERPOS Y BIBLIOMAN

LITTAU, KARIN

$ 67,000.00
IVA incluido
Sin stock
Editorial:
MANANTIAL
Año de edición:
2008
Materia
Lectura y escritura
ISBN:
978-987-500-123-7
Páginas:
268
Encuadernación:
Rústica
Colección:
Reflexiones
$ 67,000.00
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El análisis de una lectura femenina, más allá de cálculos estadísticos que luchan por la pole position, es uno de los temas que desarrolla Karin Littau en su libro Teorías de la lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía (Editorial Manantial). Profesora de Literatura Inglesa y Comparada en la Universidad de Essex y amante del cine mudo, Littau propone una crónica histórica y privilegia en su relato aquello que las teorías literarias contemporáneas sobre la lectura han dejado al margen, en notas al pie o simplemente han pasado por alto: el cuerpo del lector.
Littau se apoya en aspectos decisivos del pensamiento feminista, ya que, según su hipótesis, son sus trabajos los que lograron reinstalar el cuerpo sobre el escenario teórico. Son las feministas quienes encaran la diferencia sexual, también han tenido que negociar cuestiones relativas a la diferencia fisiológica. Si la crítica feminista mostraba las jerarquías sistemáticas que privilegiaron la razón sobre la pasión a lo largo de la historia del pensamiento filosófico occidental, Littau se enfrenta a esta actitud de privilegiar la cabeza sobre el corazón –y la paralela ubicación de lo masculino por encima de lo femenino– y es hacia allí hacia donde apunta toda su argumentación.
La pregunta sobre si existe una lectura femenina, o todavía más, si basta con ser mujer para leer en cuanto mujer, fue analizada por numerosos críticos que Littau cita en su trabajo.
Entre ellos, Jonathan Culler (profesor en la Universidad de Harvard) intenta dilucidar qué se pone en juego cuando se lee en cuanto mujer. Su trabajo instala la pregunta sobre si es posible para una mujer leer como mujer cuando ha sido históricamente condicionada a leer como hombre. Siempre se piensa en el lector, en el público lector, una especie de humanidad difusa de signo masculino. Según Culler, “para una mujer, leer en calidad de mujer no implica repetir una identidad o una experiencia dada, sino desempeñar un papel que ella construye con referencia a su identidad de mujer, es decir, cumplir con ese otro rol”. Por lo tanto para este autor, la identidad se construye en el curso de la lectura, lo que otros señalan que es “asumir un personaje: leer como si fuera mujer”. Y esto no se trata de una cuestión de pose sino de posicionamiento frente al texto, solamente aquellas que hayan sido alcanzadas por un modo feminista de ver el mundo pueden encarar la lectura de un modo alerta, femenino. Encontrar la ironía y los atajos que otra lectura pasaría por alto. Por ejemplo, tomar muy en serio lo que dice un autor, justamente cuando éste ha querido que se lo tomara en serio, es una habilidad propia de la lectura femenina.
Robert Scholes, quien ha centrado sus trabajos en la cuestión de “leer como hombre”, da por sentado que las mujeres forman un grupo social concreto, por lo tanto: “crítico varón, puede trabajar dentro del paradigma feminista, pero jamás será miembro pleno de la clase de las feministas”.
Diana Fuss, reconocida feminista y profesora en la Universidad de Princeton, se inquieta ante el énfasis de Scholes y su “grupo de mujeres en virtud de su situación de mujeres en la sociedad”. Fuss se hace cargo de aquella vieja y remanida pregunta para emprender su análisis: Cuando una mujer lee, ¿está determinada su lectura por alguna condición biológica o por una posición estratégica y teórica? Fuss se inclina por la segunda, dado que, para ella, las categorías sexuales son posiciones de sujeto, sometidas al cambio y a la evolución histórica. Una vez más volvemos al cuerpo, a la intensidad crítica de una teoría de la lectura, a la política sexual de la lectura donde definitivamente tampoco allí la anatomía es el destino.

PIEL DE LIBRO

En su trabajo, Karin Littau desarrolla su propio recorrido por las teorías de la lectura, a la que le suma el análisis del hecho físico de leer y la relación del lector con un libro entendida como una relación entre dos cuerpos: uno de papel y tinta y el otro, de carne y hueso. Y pensemos que esta asociación alguna vez ha sido llevada a su máxima consecuencia. Los trabajos de uno de los autores citados por esta autora, Holbrook Jackson, da cuenta de fechas y lugares precisos de una lejana Gran Bretaña en la que ciertos libros tenían el honor de ser encuadernados con piel humana, desechos de malvivientes que de esta forma pagaban su culpa y soportaban para siempre la caricia.
Palabras y cuerpos no tienen límite fijo, como escribió Nicolás Rosa: “¿Cuál es el peligro con el que pueden amenazarnos los libros eróticos si no es el de la letra, pura ficción e impostura? Peligro al fin, pues si los lingüistas –algunos– recusan la relación del signo con el referente aludiendo que la palabra perro no muerde, es seguro de toda certeza que, por una indeclinable perversión semiótica, la letra muerde. Y muerde como pocas en el cuerpo. Una marca, una traza por momentos ilegible, cifrada: un tatuaje de la perversión”.
En esta anatomía del leer, Littau rastrea en la historia de la bibliomanía y cita muchísimos trabajos sobre el tema. No hay que olvidar que con equilibrada mampostería universitaria y su disciplinada bibliografía, las condiciones “ingenuas” de la lectura encuentran de verdad un cauce y una causa.
En esta biblioteca que Littau nos ofrece, se destaca el maravilloso trabajo de Holbrook Jackson. Con deliciosa inspiración, Jackson, quien confiesa que se dedica a escribir sobre la bibliomanía para mantenerse ocupado y librarse de ella, comenta las razones por las que hay que leer, las razones propias de los que roban libros, los lugares donde se lee, las afectaciones y estímulos que provocan algunas encuadernaciones, describe la caza de libros como un deporte y comenta las pasiones bibliómanas de Marcel Proust, Francis Bacon, Ralph Waldo Emerson y William Shakespeare.
Un hallazgo, porque no siempre suele haber demasiadas coincidencias entre la teoría de la lectura y la práctica de individuos que tienen el hábito de recorrer con la mirada renglones significativos sin perder por eso la conciencia.
Y, por lo demás, leer es, con o sin Talmud a la vista, un oficio sagrado digno de las mitificaciones de un Steiner, por ejemplo.

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