VÉLEZ LILIANA / KRAUS LORENA / ROA LUISA
Li Lo Lu reúne el trabajo literario de tres artistas plásticas: Liliana Vélez (Ciudad, año), Lorena Kraus (Ciudad, año) y Luisa Roa (Ciudad, año). Este proyecto obtuvo la beca de publicaciones periódicas sobre artes plásticas y visuales de IDARTES.
Liliana: «No hay peor idea en mi vida que la de salir con alguien que me guste». Con una prosa limpia y sin mediación entre una historia y la otra, Vélez pasa, por ejemplo, de enumerar las excusas que le han dado los hombres con que ha salido para sacársela de encima mientras contempla su propio vómito en un tren que se sacude demasiado, a describir el encierro que padeció mientras trabajaba en la cocina de un restaurante en el extranjero: «Éramos chiquitos, de piel cobriza, con cicatrices en la cara y en las manos. Sonrientes, morbosos, sumisos, cansados. Pobres».
Lorena: «He bebido de la sangre del archivo de mi abuelo hasta el cansancio, hasta la embriaguez y hasta el hastío». Extenuada por el trabajo investigativo que le exigió el documental que realizó sobre su abuelo Erwin Kraus (fotógrafo y pionero del montañismo en Colombia), su nieta decide ahora recoger sus pasos por carreteras y montañas. También decide llevar su propio diario y anotarlo todo, incluyendo fragmentos de los diarios de viaje de su abuelo. Un diario dentro de un diario. Mientras recorre el país y se pregunta acerca del por qué de esa necesidad de su antepasado por emprender travesías cada vez más descabelladas, Lorena va descubriendo que un viaje, así sea detrás de los pasos de alguien más, siempre es un viaje hacia sí mismo.
Luisa: «Conocí a Thomas Bernhard por El malogrado. En un mundo tan ruidoso, aún hay cosas muy pequeñas que uno puede escuchar si se queda un momento en silencio». Así son las historias de Roa, como esos murmullos delicados y casi imperceptibles que hacía Glenn Gould (personajeeje de El malogrado), cuando tocaba el piano. Con una mirada casi infantil pero incisiva, Roa nos cuenta pequeñas particularidades de personas que pasaron casi siempre de manera fugaz por su vida. Entre ellas, una vecina que la cuidó de niña y que afirmaba poder hablar con la virgen o, una artista japonesa silenciosa y cuyos performances Roa no entendía, pero que amaba contemplar porque «Hitomi no cambiaba ni actuaba, su presencia era la misma que cuando tomábamos el té». Es difícil saber qué tanto de la vida de estas personas es cierto y cuánto fue inventado por la autora, pues como ella misma afirma: «Esta debe ser la razón por la que no hago bien las tareas: pierdo demasiado el tiempo imaginando la vida de los demás».