CABALLERO, ANTONIO
Es el cumpleaños de Ignacio Escobar. Cumple 31 años y nadie se acuerda. Ni siquiera Fina, su pareja, ni su madre. Ignacio divaga en el concepto de muerte, la ansía, la quiere desesperadamente. Él es poeta como Rimbaud, que a su edad ya había muerto, según ciertas cuentas que hace. Pero también por las mismas cuentas le quedan 7 años de vida, que son muchos. Fina le pide un hijo, y él se niega porque lo ve innecesario y problemático. Ella se enoja, se encierra en el baño, y él decide salir de su casa a buscar el ajiaco que tanto le gusta, en manos de Fina. Camina por las calles de Bogotá, y observa: no hay peatones; solo automóviles. Entra a un prostíbulo, no va en busca de mujeres, solo de comida. Sale. Y en un lugar donde cantan y bailan tango solo halla cosas frías y sin gusto para él. Se tienta de volver a casa. Pero fue a parar en fin a un bar llamado Oasis. Vio a una mujer con mirada triste, y pensaba conquistarla cuando se acercó uno de los hombres poetas de una mesa. Lo invitaron a una tertulia poética; él aceptó. Entre poemas y disertaciones pasaron las horas, y la joven de 17 años aún sola y triste. Edén, uno de los poetas, lo había oído hablar en el baño cuando decía Mi amor de muchos modos, como preparando la conquista. Cuando Ignacio fue a orinar, Edén lo siguió, le tomó el pelo con lo de Mi amor, le cogió el pene e intentó masturbarlo. Ignacio Escobar no se dejó, y terminó golpeándolo de tal modo que pensó que lo había matado. Salió asustado. Cogió del brazo a Cecilia, la joven de mirada triste, ella lo llevó a su departamento, y aunque metieron cocaína y perico, a él no se le paró; ella, al fin, se durmió. Al otro día, después de un soneto escrito por Escobar, cuando ya estaba erecto, ella se le levantó, le cobró 2500 pesos; él tenía solo 1800, y lo echó con insultos como a un perro.