Cuando Etgar Keret realizaba el servicio militar obligatorio en su natal Israel, la trágica muerte de su mejor amigo cambió su vida. Una de las consecuencias más radicales que tuvo aquel acontecimiento es precisamente este libro. Escrito cuando el autor tenía apenas veinte años, Tuberías exhibe el talento portentoso del cuentista israelí de una forma distinta a sus obras posteriores. A través de las páginas de ésta, su primera colección de relatos, vemos la rabia y el desconcierto de un joven que, como muchos en aquel país, debió enfrentarse a la idea de la muerte de forma intempestiva y violenta. Keret encontró en la literatura una autopista para la catarsis. A través de ella desahogó el poder de su mente como una presa libera su carga al abrir la compuerta metálica que la sujeta. Tuberías cautivó a los lectores y a la crítica desde su aparición, tras la cual sus cuentos no han parado de ganar adeptos que ya se cuentan por millones en las más de veinte lenguas a las que su obra ha sido traducida.
Dice Edgar Allan Poe en su Marginalia que «La imaginación pura elige, tanto de la belleza como de la deformidad». Keret ha logrado hacer de esa zona intersticial entre lo bello y lo deforme un territorio inagotable. La magia keretiana consiste en ofrecer una versión absolutamente trastocada de la realidad y no obstante conseguir que sus personajes y las situaciones a las que se enfrentan tengan una resonancia íntima en nuestros propios miedos, deseos, pequeños placeres, motivos soterrados.
Un soldado que por deporte atropella a un anciano en Gaza (y se defiende diciendo «No he atropellado a ninguna persona, he atropellado a un árabe»), un gueshternaj que llora de felicidad porque por fin se ha podido alimentar de un sueño feliz, un hombre que compra un libro que cumple su promesa de explicar el sentido de la vida por 19.99 shékels, otro más al que se le quiebra inesperadamente la vida después de que la plaga de los primogénitos azota a su población, y un hombre más que accede al cielo de los inadaptados a través de una tubería que configura un bucle mágico que le permite desaparecer, son sólo algunos ejemplos de la febril imaginación de Etgar Keret, en cuya visión un tanto distópica del mundo encontramos, extrañamente, las herramientas para conmovernos y compadecernos por nuestra especie.